Te cuento un poco mis reflexiones sobre mi viaje por la maternidad, muchos descubrimientos y despedidas.
Ser madre de Amelia, mi pequeña de cinco años, ha sido una aventura extraordinaria, un torbellino de emociones y aprendizajes constantes. Cada etapa que ella inicia se convierte, inevitablemente, en un nuevo capítulo para mí también. He presenciado su crecimiento con asombro y alegría, mientras yo misma he navegado por un proceso de transformación personal, dejando atrás viejas versiones de mí y abrazando con entusiasmo las nuevas facetas que este rol me ha revelado.
Recuerdo vívidamente el día que Amelia cumplió tres años. Una mezcla de ternura y nostalgia me invadió al notar ese sutil desprendimiento físico y emocional que marcaba el fin de una etapa de nuestra fusión emocional, una fusión natural e íntima entre madre e hija. Fue hermoso y desafiante a la vez observar cómo comenzaba a desplegar sus alas, explorando su independencia y fortaleciendo sus lazos con su padre. En ese instante, comprendí con claridad que mi rol como madre no se limitaba a protegerla y brindarle amor, sino también a guiarla con sabiduría y paciencia, dándole la seguridad y el impulso necesarios para que emprendiera su propio camino, primero a mi lado y el de su padre y luego con paso firme hacia su propio destino.
Acompañarla en la evolución de su lenguaje ha sido un privilegio inigualable. Desde sus primeros gestos y balbuceos hasta la explosión de palabras y frases que hoy día llenan nuestro hogar, he sido testigo de su desarrollo cognitivo y, al mismo tiempo, he experimentado mi propio crecimiento como madre. Cada nueva palabra, cada frase articulada con claridad, ha sido un motivo de celebración, un recordatorio de la conexión profunda que nos une y del aprendizaje mutuo que enriquece nuestro vínculo.
Ahora, a sus cinco años, Amelia se reconoce como una pequeña con ideas propias, sueños y aspiraciones. Como madre, mi desafío actual es brindarle el espacio y las herramientas necesarias para que descubra su propia voz, libre de las ataduras y creencias que yo misma he tenido que desaprender. Anhelo que se sienta fuerte y segura siendo simplemente una niña de cinco años, que valore y disfrute al máximo esta etapa fundamental en su vida, una etapa llena de magia, juego y descubrimientos.
Para poder acompañarla en este proceso de la mejor manera posible, me esfuerzo por convertirme en la mejor versión de mí misma. Cuido mi salud física y mental, busco el crecimiento personal continuo y me rodeo de personas que me inspiran y me apoyan. Este viaje de maternidad es tanto de ella como mío, y estoy inmensamente agradecida por cada momento compartido, cada lección aprendida y cada nueva versión de nosotras mismas que hemos descubierto en el camino.